La última Cena de Titulación del Departamento de Ingeniería Industrial y de Sistemas contó con la participación de Juan Cristóbal Romero, Director Ejecutivo del Hogar de Cristo, poeta e Ingeniero Civil Industrial egresado hace 25 años del DIIS. En la instancia, dedicó un discurso en donde realizó un viaje por su formación y carrera, haciendo principal hincapié en el descubrimiento de su interés en las artes y en especial sobre su vocación hacia lo social, motivando a los actuales egresados y egresadas del departamento a desenvolver su aptitudes en dicho ámbito. Revisa a continuación las palabras que dedicó a este nueva generación que recién egresó: Estimados graduados de Ingeniería Civil Industrial y de Sistemas de la Universidad Católica: Es un privilegio dirigirme a ustedes en este momento tan significativo de sus trayectorias. En los instantes que siguen, compartiré con ustedes ideas y perspectivas que buscan inspirar, transmitir y, sobre todo, fomentar una reflexión constructiva, basada en mi propia experiencia como estudiante y egresado de Ingeniería Civil Industrial y de Sistemas. Permítanme comenzar mencionando los eventos y decisiones cruciales que me han llevado a este punto de mi vida, después de 25 años de haber egresado de esta misma institución. A pesar de que mi camino puede parecer poco convencional en algunos aspectos (pues, por un lado, he desarrollado una trayectoria como escritor de libros de poesía, y por otro, como un ingeniero que trabaja en el Hogar de Cristo), durante mis años escolares y gran parte de la universidad, fui un alumno bastante mimetizado con el resto. Ni siquiera reflexioné mucho en cuanto a la elección de mi carrera universitaria. Siempre mostré habilidades en matemáticas, y mi colegio se destacaba en esa área. Al analizar retrospectivamente, tiendo a considerar que mi elección de estudiar ingeniería no fue tanto una reflexión como un destino, un destino confirmado por el hecho de que mi abuelo, mi padre y el único hermano de mi padre fueron ingenieros civiles de la Universidad Católica. Ser ingeniero parecía más un destino preestablecido que una decisión deliberada. Por ende, hasta el momento de ingresar a la universidad, no había enfrentado decisiones significativas en mi vida. Junto a 41 compañeros de mi colegio ingresé a estudiar ingeniería civil en la Universidad Católica. El primer año de carrera, más que el inicio de mi experiencia universitaria, se asemejó un quinto medio. Confieso que disfruté enormemente ese tiempo. Mantengo estrechas relaciones con aquellos compañeros con quienes compartí tanto en el colegio como en la universidad: a muchos admiro, de muchos aprendí cosas que han sido muy valiosas. Sin embargo, quiero reconocer que durante mi paso por la universidad persistí en ese mundo de privilegios carente de conciencia respecto a los dolores de la pobreza y la justicia social. Gran parte de mis compañeros de estudios, incluyéndome, vivíamos en la burbuja, no del 10% o 5%, sino del 2,9% más rico del país; aquellos del grupo socioeconómico AB con ingresos familiares que superaban los $6.500.000 de hoy día. A pesar de las grandes responsabilidades y desafíos que enfrentábamos al forjar una carrera y una futura familia, a pesar de estar preparándonos para liderar importantes proyectos de gestión e ingeniería, éramos poco conscientes de los privilegios que teníamos y de las abismales diferencias con el restante 97% cuyo ingreso promedio familiar se situaba en torno al $1.000.000 actuales. Esa burbuja comenzó a desinflarse, más que a reventar, cuando empecé a pololear con Mané, mi actual señora, estudiante de Bellas Artes en la Universidad de Chile. A través de ella, me vinculé, con un grupo de amigos artistas, cuyas perspectivas divergían considerablemente de las que había experimentado en el colegio y la ingeniería. Fue entonces cuando mi inclinación artística se hizo más evidente. Comencé a escribir, y durante un par de años formé parte del taller de teatro de la Universidad Católica. Sin embargo, la pintura se convirtió en mi principal pasión. Recuerdo una exposición organizada por el Centro de Alumnos de la escuela, donde algunos ingenieros pintores presentamos nuestros trabajos en el hall, a un costado de las oficinas del centro de alumnos. Al año siguiente (1996), fui convocado por el nuevo centro de alumnos para ser delegado de cultura. Junto a Joaquín Prieto, otro ingeniero dedicado a las artes, organizamos un ciclo de cine y de recitales poéticos durante los recreos. De todas las cosas que emprendimos mientras fuimos delegados, la más estimulante consistió en una convocatoria a bandas de rock de alumnos de ingeniería. Más de 15 bandas de diferentes géneros (rock progresivo, electrónico, heavy metal y pop) se presentaron en el escenario que montamos durante todo un año en el recreo de las 11:00. Fue una verdadera transformación cultural en ese patio de ingeniería, que pasó de ser el más aburrido de todo San Joaquín a ser el centro de atención del campus. A pesar de estos cambios, la burbuja persistía. Otro intento de desinflarla fue a través de un proyecto gestado en el centro de alumnos en el que participaba: las 2000 mediaguas para el 2000, posteriormente conocido como Techo para Chile. Este proyecto me expuso a la cruda realidad de la pobreza extrema: familias enteras viviendo prácticamente a la intemperie en Lebu y Curanilahue, Tras esta experiencia, comencé a trabajar los fines de semana en un campamento en Renca (la actual población Huamachuco). A través lo de las 2000 mediaguas, conocí a Benito Baranda, líder del Hogar de Cristo en aquel entonces, cuyo testimonio personal me introdujo a una vivencia cristiana que no entendía la fe sin la promoción de la justicia. Esa experiencia concretó mi vocación social, la cual había ignorado antes de mi participación en las 2000 mediaguas. Estaba en los últimos meses de mi carrera, y me enfrentaba a un dilema crucial: el porvenir como prototipo de ingeniero no me motivaba en absoluto. Trabajar en una oficina, ganar dinero, tener una casa propia, una familia convencional, una segunda casa en la playa, viajar, todo eso no despertaba ningún interés. Por primera vez debía